lunes, 15 de agosto de 2016

Recorridos

Recorridos

Santos Rejas Rodríguez

Adentrarse por barrios en los que nacimos, disfrutamos la infancia y penamos la adolescencia, es toda una aventura. En este retorno fugaz a la ciudad de mis raíces he encaminado mis pasos por dichos lares.

Despojado previamente de nostalgias y añoranzas, que suelen impedir hacer camino y, además, sin ganancia alguna, he andado la calle de mis juegos de ‘chapas’ y ‘peonas’ y vuelto a escuchar el ‘a merendaaaar’ imperioso desde el balcón de la que fue mi casa haciéndome trepar, mentalmente, las escaleras para mirar lo que se escondía entre el pan: chocolate terroso, con leche o carne… de membrillo.

Una sonrisa ligera, dulce, me ha acompañado hasta el edificio que una vez fue cine. Y también me he adentrado en él mediante la realidad virtual de la imaginación, la que ninguna técnica logrará jamás. Ni siquiera intenté recordar la película del día que marcó hito imborrable en mi vida, creo que nunca supe su título.




Mi atención estuvo centrada en su mano reposando sobre el brazo de la butaca, tan próxima y lejana a la mía. Mi pensamiento debatiéndose si atreverme a rozarla con uno de mis dedos, fortuitamente… Y entonces su sonrisa de soslayo, su mano invadiendo unos pocos centímetros mi espacio, alejó toda duda y mi mano  se posó sobre la de ella.

Y el tiempo se detuvo a la par que nuestro respirar. Juntamos las palmas, nos buscamos los ojos y prendimos la sonrisa, irrepetible y plena, de amor adolescente. Nuestros dedos, ya entrelazados, se juramentaban en una unión de por siempre jamás.


En este ahora, como si fuera aquel ayer, me ha llegado el olor inconfundible de su mano, el aroma que impregnó la mía hasta que lo evaporó el viento de la vida.

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