Recorridos
Santos Rejas Rodríguez
Adentrarse por barrios en los que nacimos,
disfrutamos la infancia y penamos la adolescencia, es toda una aventura. En
este retorno fugaz a la ciudad de mis raíces he encaminado mis pasos por dichos
lares.
Despojado previamente de nostalgias y añoranzas, que
suelen impedir hacer camino y, además, sin ganancia alguna, he andado la calle
de mis juegos de ‘chapas’ y ‘peonas’ y vuelto a escuchar el ‘a merendaaaar’
imperioso desde el balcón de la que fue mi casa haciéndome trepar, mentalmente,
las escaleras para mirar lo que se escondía entre el pan: chocolate terroso,
con leche o carne… de membrillo.
Una sonrisa ligera, dulce, me ha acompañado hasta el
edificio que una vez fue cine. Y también me he adentrado en él mediante la realidad
virtual de la imaginación, la que ninguna técnica logrará jamás. Ni siquiera
intenté recordar la película del día que marcó hito imborrable en mi vida, creo
que nunca supe su título.
Mi atención estuvo centrada en su mano reposando sobre
el brazo de la butaca, tan próxima y lejana a la mía. Mi pensamiento debatiéndose
si atreverme a rozarla con uno de mis dedos, fortuitamente… Y entonces su
sonrisa de soslayo, su mano invadiendo unos pocos centímetros mi espacio,
alejó toda duda y mi mano se posó sobre
la de ella.
Y el tiempo se detuvo a la par que nuestro respirar.
Juntamos las palmas, nos buscamos los ojos y prendimos la sonrisa, irrepetible y
plena, de amor adolescente. Nuestros dedos, ya entrelazados, se juramentaban en
una unión de por siempre jamás.
En este ahora, como si fuera aquel ayer, me ha llegado
el olor inconfundible de su mano, el aroma que impregnó la mía hasta que lo evaporó el viento de la vida.
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