La virgen
Santos Rejas Rodríguez
Hay vírgenes que no necesitan mayores explicaciones
para saber el porqué; con una simple ojeada es suficiente.
Julio pintó a la mujer morena. La miras y, sin duda
alguna dices: ¡Morena, morena! Y ahí lo dejas. Ojeas una imagen de virgen, como
la avistada en un tenderete marbellí, y también exclamas: ¡Virgen, virgen! Pero
no puedes dejarlo.
Te alejas dándole vueltas y vueltas para saber qué
te ha llevado a esa conclusión. No es fea ni falta de atractivos en el rostro,
única parte corpórea a la vista. Es un algo especial. Entre un ‘detente satanás’, con
mezcla de ‘hasta aquí hemos llegado’, y un final de ‘no pasar, policía’ que
acojona los bajos y hace imposible pensar en lo erótico y, lo que es peor, en lo espiritual.
No creo que el pintor se haya servido de una modelo
sacada del natural, o sea, una viviente de carne y hueso. Más bien debe ser el
producto, malo, de un coloque de garrafón unido a una afición por lo pictórico
muy necesitada de técnica, mucha. Barrunto que quizás sea una venganza por muy
dañinos sufrimientos que ha tenido a nivel de entrañas y que, visto lo visto,
merecidos.
También, y para no cargar todas las tintas sobre un
nacional, y dada la proximidad de tierras morunas, podría ser estrategia para
atraer hacia ellos a acólitos despavoridos o descastar vocaciones en lo
cristiano. Pero lo dudo porque el moro va a lo suyo, o sea, a las huríes.
No ilustro este disparate con la fotografía que he
tomado de la imagen por si acaso, y pese a lo escrito, fuera objeto de devoción
de alguno de los territorios profundos de nuestra tierra…cosa que ‘no permita
la Virgen que tenga razón’, me canto por
Sabina, y continuo mi caminar.
La virgen ¡qué virgen!
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