Paradas provisionales…
Santos Rejas Rodríguez
Salía yo de comprar un cartabón cuando empezaron a
caer las primeras gotas de una lluvia que se convirtió en torrentera antes de
llegar a la parada del autobús… Como era de las provisionales, que el
Ayuntamiento de Madrid ha puesto de moda por su afán innovador y de vanguardia,
no ofertaba cobijo alguno. Imitando a otros ciudadanos que carecían también de
paraguas, aparté la valla protectora de la parada en obras y me resguardé bajo
su techo.
De haber coincidido en un ascensor la dinámica del
grupo del refugio hubiera estado presidida por el silencio y un mirar a ninguna
parte. Quizás algún carraspeo. Pero al estar en un lugar abierto y no
suspendidos en el vacío, cada cual estuvo a lo suyo. Y lo suyo, lo de la chica
de mi vera, rozando la veintena y con un atractivo pin pegado a la aleta
izquierda de su nariz, era ¡Descartes! Como lo leen e, imagino, que con la
misma sorpresa que yo lo escuché…
A su interlocutor(a) telefónico le hablaba de la mente
y el cuerpo, la materia y el espíritu, con rigor y un léxico rico, sin emplear
ni una sola vez ‘tío o tía’ o palabras de las denominadas, en el siglo pasado, ‘malsonantes’,
ustedes me entienden.
¡Flipé, tíos¡ ¡Alucinante, tías! ! ¡Rayado total me
quedé!
Llegó mi autobús y no había escampado. Mientras me
alejaba de ella, cartabón bajo el brazo y zapatos empapados, me dije: si pensamos seguiremos existiendo. Puede con todas las
crisis. Seguro...
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