Santos Rejas Rodríguez
¡Qué mañana me has dado, Perales! Yo pedaleando
kilómetro tras kilómetro y tú a piñón fijo una canción tras otra. Ni un mal arcén para
detenerme y cambiar el archivo de música del MP3 que, como era de estreno, ni manejarlo sabía sin soltarme de las dos manos. Ya sabes lo limitados que estamos
los hombre para realizar tareas a la vez, y lo de usar ambas manos, seguir
pedaleando y fijar la vista en el aparatejo y la carretera, ¡chungo total!
Pensar ya es otra cosita…
Como suele ser habitual, un bien sobrevino. La canción
de Samaritanas del amor me ha dado
una idea para la novela que tengo en ciernes…ya saldrá el peine en su momento y
te contaré José Luís.
Como los acontecimientos, buenos o malos, suelen ir
también emparejados, hoy está de libranza mi camarero. El sustituto no habla.
Gesticula. Con amabilidad, eso sí. Debe ser en compensación a la locuacidad
del titular del sector de mesas que suelo ocupar o, como este campo le es
ajeno, no lo cultiva.
Así que entre la presencia de Perales y la ausencia
de mi camarero se me ha ocurrido hablar de mi madre, que se ha empeñado en ir
despidiendo amigos, conocidos y
allegados y al final no va a tener de quien hablar, que esté vivo: Pertegaz,
Carmen Hornillos, Alex Angulo…por no citar a Lauren Bancall, esa mitad de
Humphrey, que era una de sus ídolos. Y ahora Botín, de repente, y, por la ley
del emparejamiento como aseguraría mi
camarero, el señor Álvarez, don Isidoro, dejando a todo El Corte Inglés en el
luto del final de las rebajas de verano…¡madre, que te estás quedando sola! Un
beso.
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