domingo, 19 de octubre de 2025

No le pregunté

 No le pregunté

Santos Rejas Rodríguez

No le pregunté.

No por desinterés, ni por miedo, ni por olvido. Simplemente, no se me ocurrió. No pensé que aquello que para mí era el día a día, uno más; él lo podía considerar uno menos.

Yo seguía en la vida como si la vida fuera eterna; tan alejado de sus estadísticas que ni habían despertado mi interés ni estaba al corriente de sus límites.  En resumen: me consideraba en zona segura.

Él caminaba por el tramo que aproxima la esperanza de vida a la meta de supervivencia.

Y no le pregunté.

No le pregunté qué pensaba, qué sentía, si se aferraba a los recuerdos o si había comenzado a soltarlos uno a uno, del que sabe que la memoria no es almacén: es manantial.

No le pregunté si repasaba su historia, si encontraba consuelo o culpa en los días vividos, si se sentía orgulloso como hijo o padre, como marido, como hombre que ocupaba un lugar —el suyo, único, irrepetible— en este mundo.

No le pregunté.

Y ahora que yo, sin prisa pero sin pausa, recorro ese mismo sendero, empiezo a entender silencios que entonces no comprendí. Empiezo a reconocer en mí los gestos, los pensamientos, las preguntas que quizá él también se hacía, solo, en voz baja.

Ahora, aunque esté al otro costado de la mesa, sostenemos las conversaciones que no tuvimos. Están aquí, en el diálogo que mantengo conmigo mismo y con el eco de su voz, ya diluido en la distancia de lo eterno.

Padre: lo siento.

No te pregunté.

Quizá debía haberlo hecho. O quizá no.

Seguro que las respuestas que yo busco ahora estaban ya escritas en tu manera de mirarme, en tu forma de callar, en la discreción con la que te fuiste…

Hoy me hago las preguntas que no te hice y escucho, en el fondo de mis adentros, respuestas en murmullo, y no sé si es tu voz o la mía.

Tal vez sean ambas, confundidas, reconciliadas por fin en este diálogo tardío…pero que tanta compañía me hace.

(Aunque faltan unos días para llegar al que fuera tu cumpleaños de vida, esta es mi felicitación anticipada. Pues eso).

lunes, 6 de octubre de 2025

¿Amar es gastar o preservar?

 

¿Amar es gastar o preservar?

El dilema del matrimonio

Santos Rejas Rodríguez

En mi anterior entrada de blog: Personas, personajes…y un semáforo, te invité, lectora, lector, a escribir o idear un relato breve sobre la frase que transcribo en el párrafo que sigue y mi ideación sobre ella.

«El matrimonio no es la culminación del amor, sino el proceso de gastarlo». 



La frase flotó en el aire en la sobremesa de un domingo cualquiera, cuatro amigos de toda la vida, y alguien —nadie recuerdas quién— la soltó con la naturalidad con que se toma el chupito de un trago.

—Gastarlo… —repitió Clara, arqueando una ceja—. Pues sí, estoy de acuerdo. El matrimonio, la convivencia en pareja,  desgasta. Al principio hay pasión… luego todo se consume: la rutina, las discusiones pequeñas, la falta de novedad…

Javier, que lleva veinte años casado, respondió: —No lo veo así. Para mí, «gastar» no es perder, es invertir. Es como usar esa prenda querida: se desluce con el tiempo, sí, pero justo por eso está llena de historia. Lo que gastas lo conviertes en parte de ti. El matrimonio es esa convivencia diaria que transforma el amor en algo útil, real.

Teresa, la más joven, recién instalada con su pareja, intervino con entusiasmo:
—Yo diría que gastarlo es aprovecharlo. Cuando compras un vino especial no lo dejas guardado para siempre, lo compartes, lo bebes, lo disfrutas. El amor, si no se gasta, se queda encerrado, intacto, pero muerto.

Clara sonrió con ironía: —O se evapora.

—O madura —replicó Javier—. El matrimonio no mata al amor, lo transforma. Y ese «gasto» es su culminación, no su pérdida.

Y el silencio se convirtió en protagonista. La frase había abierto una grieta: ¿es el matrimonio un desgaste inevitable que erosiona el amor y termina con él o, al contrario, el escenario donde ese amor se gasta en el mejor sentido, como un tesoro compartido?

Hay quienes reaccionan con acritud: ¿cómo que gastarlo? Para ellos el matrimonio es la prueba suprema de que el amor no se marchita, de que la pasión se convierte en compromiso y el «para siempre» se cumple a fuerza de voluntad. Gastar, en esta concepción, significa perderlo, y nadie quiere reconocer que su historia de amor se consume día a día. Que se pierde en pura pérdida.

La otra forma de verlo es: el amor que no se gasta no sirve. Guardar los sentimientos intactos, como un traje de gala que nunca se usa, es condenarlos al olvido. El matrimonio es el escenario donde se «malgasta» el amor en rutinas, discusiones absurdas, noches de cansancio, pero también en risas compartidas, gestos de ternura y esa complicidad que sólo nace tras años de convivencia. Gastar no es perder: es invertir, es poner el amor en circulación.

Entonces, ¿Qué es peor: gastar el amor hasta que duela o intentar conservarlo intacto hasta que muera de inanición?

Yo tengo, como cuarto contertulio, mi respuesta… ¿para ti, el matrimonio, la convivencia en pareja,  gasta el amor o lo consuma? 

Pues eso.