Un guiño
Santos Rejas Rodríguez
Con sus piernas como un par de palillitos, pelo Françoise
Hardy, ojos lánguidos y catorce o camino de quince años, incomprensibles para
un muchacho adolescente pero que sí siente
cómo algo se derrite por dentro al
mirarla…
En esa edad de amores imposibles, cuando el mundo se
parte por la mitad si Ella no te ha mirado al
cruzarse en el camino; camino en el que fugazmente coincides tras un tiempo de
espera al aguardo para encontrarla ‘casualmente’., En esa edad, repito: ¡Cómo se
sufre al partirse en tantas ocasiones el alma y en tantos pedazos que se piensa nunca más podrán
recomponerse.
Después la vida se hace adulta. Se van tapando
resquicios para impedir que por alguno de ellos se cuele un amor que haga sufrir.
La adolescencia, sea a tiempo o tardía, se ha alejado hasta un punto tan de
infinito que produce sensación de resguardo.
Asentado bajo el cielo protector de la madurez ya esperamos
un discurrir de la vida ausente del dolor punzante, la falta de oxígeno, el tiempo
inacabable para volverla a ver y hundirte en sus ojos, oír su voz, escuchar su
risa o sentir el latido de su mano en la propia…
Falsa pretensión. Fracaso de las defensas del
sentir. De repente la vida, con ojos de mujer en este caso, te hace un guiño y
vuelta a empezar: ¿Al amor? Sí. ¿Al sufrir? También. ¿Tan imposibles y dolorosos? O más...
¿Hay antídoto? ¡Uf, vaya pregunta! Mejor lo dejamos
aquí…
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