Protectores
Santos Rejas Rodríguez
-¡Qué serio eres, hijo! soltó al mirarme.
–Las apariencias engañan, me vino la respuesta a la
mente, que no a la boca. Contención verbal
fruto del andar la vida. El gesto serio de la cara ha sido, y seguirá
siendo hasta el final del trayecto, mi protector de pantalla. ¿Defensor de la intimidad, del recoveco vulnerable
a las intromisiones ajenas, simple resguardo de timidez? O quizás al
ADN. Puede que en algunos de sus segmentos se ha agazapado el gen de un
bisabuelo de apariencia adusta que la utilizó como mecanismo de defensa de no
se sabe qué.
En horas próximas a la madrugada debatía con mi hijo
pequeño los nuevos procesos de socialización a través de las redes sociales.
Defendía él que las relaciones que se establecen a través de este medio –con todas
las cautelas precisas- son más rápidas y sinceras que las del cara a cara
porque el interlocutor está desprovisto del revestimiento físico que obra de
escudo protector y que, además, puede generar rechazo a primera vista sin siquiera
intercambiar palabra alguna.
Recordé, como similitud, alguno de los interminables viajes en tren de
mi juventud…y más allá, en los que a algún desconocido, desconocida casi
siempre, hacía partícipe –y también viceversa- de intimidades que a los
allegados jamás hubiéramos desvelado. Y todo porque en llegando a la estación de
destino nunca volveríamos a encontrarnos, retornando cada cual a su caparazón
cotidiano para seguir con el proceso de socialización al uso.
-¡Qué serio eres, hijo!
-Pero sin ropa gano mucho.
Y sonreí.
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