jueves, 12 de noviembre de 2015

Quereres...

Quereres…

Santos Rejas Rodríguez

Desde mi casa vi el programa realizado en la casa del invitado de  Bertín. En esta ocasión no ha sido en su casa, o sea: ni en su casa, la de Osborne; ni en la mía, la de Santos; sino en la de él, en la de Arturo Fernández, el galán hispano de ochenta y seis años cumplidos. 

La simpatía de ambos, presentador y presentado, no enmascararon sino que resaltaron, por contraste, algunos de los momentos en los que la nostalgia y el recuerdo afloraron. En concreto la rememoración del querer solapado que  tuvo Arturo por su padre y también viceversa. Querer de escasas palabras y pocas expresiones de afectos. Y, sin poderlo evitar, más bien como estímulo desencadenante, me trajeron a mi padre al lado del sillón que en ese momento yo ocupaba frente al televisor….

Y confluyo con Arturo en que, quizás porque los tiempos así lo modaban, o sea no era costumbre, que el hijo le dijera al padre un ‘te quiero’ ni tampoco recuerdo haber recibido esa expresión nunca de él. Explícitamente, me refiero, porque en los adentros yo sentía el querer de mi padre, profundo y sin límites, y también mis hondones se lo devolvían sino con la misma intensidad del entonces,  sí acrecentado en el ahora.



Otra cosa son los besos que no nos dimos. Entre hombres, entre padre e hijo, en encuentros y despedidas, los besos eran – y creo que siguen siendo- al aire de mejillas, como al desgaire, como un ‘te beso pero no’, aunque en el alma sean besos de hondo calado que la ‘hombría’ no quiere reconocer…


He tenido la suerte de que pude despedirme de  mi padre en vida y no verlo en muerte, por lo cual la imagen, todas las imágenes que conservo de él, siguen vivas. Por esa fortuna puedo seguir conversando con él en el vivir de cada día. Y puedo decirle un ‘te quiero’. Y darle un beso todos los días. Cada día…

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