jueves, 19 de febrero de 2015

Humor, dolor

Humor, dolor…

Santos Rejas Rodríguez
 

Hace tres días murió mi madre. No por esperada, menos sentida. No tenía enfermedad conocida. Únicamente años vividos. Al filo de los noventa y nueve que hubiera coronado este próximo abril. El de las flores, el del amor en primavera que eclosiona en nuevas vidas entre diciembre, y febrero del año siguiente.
Mis hermanos y yo no tenemos queja alguna. La hemos disfrutado más que la media de otros hijos. Ella tampoco: la han sobrevivido todos sus hijos sin experimentar la pena incurable de haber perdido alguno por el camino. Querida por sus nietos a los que ya les disputaban el podio sus bizbietos, que vienen con fuerza ejerciendo sus derechos del querer y que perpetuarán los genes y enseñanzas que nos ha dejado en herencia.
La muerte de una madre no por esperada deja de sorprenderte. Te deja sin aliento cuando llega, desprotegido, en pañales, indefenso. Es preciso aprender la andadura sin su mano protectora. Y ahí estamos. Eso sí, con el humor que nos caracteriza a todos los hijos que parió, incomprendido para algunos pero que a nosotros nos sirve para transformar las lagrimas en risas, de mejor deglutir. Nada más expirar nuestra madre, una de sus nietas, en el momento de darle el beso de despedida, se apoyó sobre el cabecero de la cama articulada que, brusca y ruidosamente, tomó la posición horizontal. Su padre la reconvino con cariño: ¡Hija, has dado a la yaya un susto de muerte!



Y en la cena de hermanos, tras la despedida en su nuevo lugar de reposo, sabiendo que ella presidía la mesa, y que nos estaba diciendo. ¡qué locos estáis todos! recordando la anécdota, nos reímos hasta las lágrimas. Lagrimas agridulces de humor y dolor. Y de amor, de mucho amor.

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