De guateques y supermercados
Santos Rejas Rodríguez
Surgen
acontecimientos que parecen cerezas arracimadas. Tiras de una y sale otra. No
suelen aparecer por azar… o quizás sí y los andares de la vida no sean puro determinismo.
La
primera cereza me llegó en forma de noticia, fotografía incluida, sobre
aquellos guateques de mi adolescencia. Y el olor a lavanda, el agua de colonia
que olía como tal y servía para enmascarar la sudoración de las manos cuando
ibas a pedir un baile a una chica, inundó mis recuerdos. Sudor de manos que,
según confesión de una buena amiga, a ellas les ocurría igual cuando veían
acercarse al chico «a sacarla». Pura reacción del sistema nervioso, del de
entonces.
A esta cereza
se le unió otra, sin imágenes, sobre los ligues en Mercadona y me pregunté: ¿Qué
parte del cuerpo les suda ahora? ¿olerán a supermercado o a pizza 4 quesos? ¿comenzarán
con el estudias o trabajas? o ¿tienes piso en propiedad y pensión contributiva?
Con
curiosidad meramente científica me personé en un Mercadona alejado de mi
domicilio por si los encuentros casuales y tal. A la entrada pregunté al
encargado:
—¿Es
aquí donde se liga?
—¿Tiene
hora caballero? Hablarme de usted y el término caballero me mosquearon y lo de
la hora me descolocó como si me hubieran pillado dentro de un avión sin pasar el control de seguridad.
—¿Hay que pedir hora? No soy experto en
comunicación no verbal pero puedo asegurar que el nota estaba haciendo fuerza
con sus dos carrillos para no partirse el culo de risa, con perdón.
—Claro
caballero, y condescendiente sacó de debajo del mostrador un libro más grueso
que el Don Quijote y tras ojearlo, añadió:—puedo darle cita para el 13 de
diciembre a las 19:00 h.
—Perdón, respondí, tengo póliza privada, de las
de pago.
—¿Cómo
dice caballero?
—Que no
soy de la Seguridad Social ni estoy pidiendo consulta médica, respondí con
suficiencia.
En este
punto tras un intercambio de pareceres en los que desapareció el caballero y
aparecieron términos que no son para ponerlos por escrito abandoné el
supermercado y decidí preguntarle sobre el evento a mi vecina, la que un día me
dijo que para huevos, los de Mercadona.
Y
regresé a casa parando a trechos murmurando el mantra:
¡Estamos
jodidos! ¡Estamos jodidos!
Pues
eso.