Víspera
Santos Rejas Rodríguez
Hace tiempo dejé por escrito que el ‘monotema
omnipresente’ me interesa una higa. O al menos está en una posición tan bajuna
como él mismo. Mi interés se centra en la familia y amigos, pacientes, la
deriva de mi sexualidad y si la novela, a punto de salir a la luz de este
mundo, tendrá buena acogida o, al menos, no será mal leída. También debo decir
que la enumeración anterior cambia de orden según día y estado de ánimo.
Dicho lo cual debo constatar que hace unas noches sí estuve contemplando el debate a siete. Me recordó el juego de las
siete y media, en el que, como decía Muñoz Seca por boca de don Mendo: malo es
si no llegas pero ¡ay! si te pasas…si te pasas, es peor. Y como en el juego,
todos se pasaron o no llegaron según las
cartas que la moderadora iba repartiendo. Los representantes de las diferentes
opciones políticas, si se me permite el símil, sin ánimo de ofender dios me
libre, se centraron más en hacer en humano lo que los canes al salir de paseo:
cada cual marcó ‘su territorio’ de forma excluyente, eso sí, y por fortuna, de
un modo más higiénico que el de los chuchos… aunque con idéntico hedor a ácido
fénico.
Con las mimbres que a los espectadores nos mostraron
poco cesto puede hacerse. Si acaso uno, de mala urdimbre y lleno de agujeros. Y
no soy pesimista.
Con lo ‘del mal de Cataluña’, por calificarlo de algún
modo, ocurre como con La Parrala:
unos decían que sí, otros decían que no…pero
ninguno sabía/el porqué de la agonía/que la estaba consumiendo.
¿O algunos lo saben? ¿Y tienen el remedio? Tras
escuchar a los siete, que no magníficos, escasas esperanzas (me) caben. Al
tiempo.
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